Escolaridad, ingresos y edad definen el consumo cultural

La Filsa, Feria Ch.ACO, Pulsar, Fis, Fluvial Chile, son sólo algunos ejemplos de los espacios existentes, más o menos consagrados, que dan cabida al arte y la cultura en nuestro país. Unos más masivos y populares que otros, cumplen un rol relevante como capital cultural para los ciudadanos, pero no siempre tienen la convocatoria esperada. ¿De qué depende el éxito de este tipo de encuentros?

Este fin de semana concluye la Feria Internacional del Libro de Santiago, por lo que recién la próxima semana tendremos el balance de la 36ª versión de una de las ferias literarias más grandes en su tipo en nuestro país. Recientemente se realizó en Santiago una nueva versión de la Feria Ch.ACO (Chile Arte Contemporáneo), la cual recibió algunas críticas considerando la baja asistencia que tuvo. Algo que podría hacer pensar en el carácter elitista de la muestra de arte, pero que para los organizadores no representaría un problema dado el éxito en ventas.

Esto podría ser una muestra de lo que pasa en algunos casos con el arte y la cultura en Chile, al estar sólo orientado a unos pocos. “Cuando uno se pregunta por qué hay gente que va y otra que no, es por la distribución desigual de los capitales culturales que existen en las sociedades”, comentó el sociólogo Tomás Peters, durante el Conversatorio “Cultura y Calidad de Vida: beneficios, expectativas y realidades del consumo cultural”, realizado por la Cátedra Calidad de Vida de la Facultad de Ciencias Humanas y Educación de la Universidad del Pacífico.

Para explicar el motivo de esta diferencia en el acceso cultural, el experto se basó estudios del sociólogo francés, Pierre Bourdieu, quien en la década del ´60 se preguntaba por qué hay gente que accede al arte y mucha otra gente que no. “La respuesta que dio es que el consumo cultural depende de las determinantes sociológicas del consumo cultural, que son tres: los años de escolaridad, la variable ingreso y la edad, tres dimensiones que definen las categorías de desciframiento de la comprensión de la obra de arte, es decir, las formas en que logran comprender la obra y que ésta tenga sentido en sus propias formas de pensar la sociedad”, señaló.

En este sentido, planteó que quienes tienen mayor capital cultural y acceden a este tipo de espacios, desarrollan una forma de pensar la sociedad de manera distinta, pero lo hacen a través de estos determinantes que se definen a nivel casi de la estructura social. “Por ello es que en Chile la gente que accede a este tipo de espacios no es más allá de una clase social muy específica y es un problema de desigualdad social”, agregó.

En ese sentido, considera que es una falacia pensar que en Chile la gente irá más al museo por ser gratis o que leerá más libros sólo por eliminar el IVA. “La gente que accede a este tipo de espacios está sumamente identificada. En Chile, la gente que compra libros es la misma que va a los museos, al teatro y accede al espacio cultural”, precisó Peters.

Esto tendría que ver con el elemento sociológico del Habitus, que es la forma de sentir, ver y hablar sobre la cultura. “Si la gente tiene desde la cuna mayor acceso al mundo del arte, esto va a determinar su acceso al consumo cultural”, aseguró.

Aquí el problema es cómo democratizar la cultura. “La pregunta es cómo la cultura y la educación permite que la gente acceda a ella, permitiéndoles reflexionar y generar una forma que les ayude a cambiar sus trayectorias biográficas”, comentó el sociólogo.

El rol del mediador

En este escenario, uno de los desafíos es ampliar los espacios culturales a la mayor cantidad de personas. “Pero el problema de las sociedades en general, es que establecen que sólo por el hecho de acceder a ese espacio es beneficioso. Y la respuesta de la sociología es que el arte tiene una serie de combinaciones simbólicas que te exigen desarrollar una pregunta, elaborar un pensamiento y reflexionar, de modo que te ayude a pensar tu condición en el mundo. Por eso, el consumo cultural en la cotidianidad es importante, pero en los espacios institucionales el espacio de la cultura reúne obras que intentan plantear algo sobre la sociedad. Y ahí está el problema, porque las personas que acceden a estos espacios requieren de ciertas categorías de desciframiento que le ayuden a elaborar lo que se está planteando”, indicó Tomás Peters.

Por ello, es importante el rol de la mediación cultural. “El arte tiene una noción filosófica compleja para entenderla, y que no es lo ingenuo de observar la obra y que sólo le provoque algo. Mientras más reflexión y rendimiento produzca la obra, mejor. Decir que la obra es sólo bonita es una forma de derrota. Por eso la existencia de una mediación cultural es un modo de reconocer que hay distribuciones desiguales de los capitales culturales y que es necesario elaborar una forma de acceso que le permita a la gente ver una obra y su forma de pensar y analizarla. De lo contrario, los espacios museales serían como mausoleos”, acotó el sociólogo.

Finalmente, tan relevante como la mediación cultural es la reflexión. “Elaborar formas de reflexividad nos exige pensar y nos exige estudiar, volver a las fuentes de los libros. No se puede descansar todo el pensamiento en Internet. El ejercicio de la reflexión no se debe perder y no se debe descansar a que Internet dará solución a las historias del siglo XXI”, concluyó Tomás Peters en el Conversatorio “Cultura y Calidad de Vida: beneficios, expectativas y realidades del consumo cultural” de la Universidad del Pacífico.

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