De acuerdo a datos del Ministerio de la Mujer y de la Equidad de Género, los casos de femicidios a septiembre de 2017, se aproximan a los 30 en el caso de los consumados y cercano a los 80 para los frustrados. ¿Qué hace que estas cifras persistan en el tiempo y no se detengan en pleno siglo 21?
Casos de extrema violencia hacia las mujeres parecen estar a la orden del día. Femicidios que han tenido una alta connotación pública y mediática, y que plantean la existencia de hombres que creen tener el derecho de controlar la libertad y vida de las mujeres. Sin embargo, este tipo de casos no son los únicos, porque la violencia intrafamiliar puede tener todo tipo de niveles y matices, desde lo físico a lo psicológico, llegando a números altísimos, en donde hoy superan cuatro veces más que los casos de robo de vehículos, ocho veces más que los delitos con armas y 260 veces más que los homicidios.
Para la trabajadora Social, Alicia Ubilla, integrante fundadora de ONG Codeinfa y centro de atención en San Joaquin y que atiende a mujeres en contexto de alta vulneración social, esta problemática no sólo debe ser abordada desde una mirada psicológica, sino que también de cómo esta construcción histórica de ser mujer mantiene la pauta de la violencia que sufre a través del patriarcado o través del machismo.
“La mirada discriminadora es un problema viejo y que aparece desde los albores de la historia, pudiéndose visualizar desde los distintas leyendas, cuentos, mitos y textos más antiguos, una forma de relación entre hombres y mujeres que muestra la superioridad de los hombres por sobre las mujeres, haciéndose un entramado de ideas que van conformando la ideología patrialcal. Tal es el caso de Adán y Eva en la Biblia, donde es el hombre engañado por una mujer haciéndolo caer en pecado, culpándola a ella de todos los males de la humanidad. Por lo que es sentenciada por Dios a parir con dolor a los hijos y al estar sometida a su marido”, ejemplificó la profesional, quien estuvo invitada a un encuentro con estudiantes de la carrera de Psicología de la Universidad del Pacífico, junto al profesor de la misma, Francisco Merino.
La experta indicó que, a pesar de la toma de conciencia que ha existido en el tiempo de los derechos de las mujeres, a través de diversas legislaciones y declaraciones internacionales como por medio de la tipificación de los tipos de violencia, como son la violencia doméstica, la violencia intrafamiliar y la violencia de género, aún son muchas mujeres las viven de este tipo de experiencias en pleno siglo 21.
“Mi propia experiencia me permite reflexionar cómo lo viven las mujeres que acuden al centro de atención para pedir ayuda. Ellas se encuentran agotadas de una vida de maltratos que no entienden y que no saben cómo parar. Y a pesar de esa vivencia, me he dado cuenta en estas atenciones, del enorme potencial que ellas tienen, el que está escondido debajo de una maraña, que son los malos tratos, las descalificaciones, los golpes, los abusos sexuales y económicos. Es decir, en todo lo que significa en una mujer que vive inmersa en una relación de violencia”, indicó.
La trabajadora social agregó que cuando una mujer acude al centro, generalmente no ha hablado con nadie de lo que están viviendo. “Aún ahora en pleno siglo 21, muchas siguen enredadas entre el silencio, el miedo, la vergüenza y la culpa, y en las creencias culturales recogidas incluso antes de nacer, cuando estaban dentro del vientre de otra mujer. Incluso muchas mujeres a pesar de vivir una verdadera tortura al interior de su relación, siguen en la relación por esta idea o mandato centrado de mantener la familia. Así se someten al sufrimiento y desdicha”, explica.
¿Cómo se trabaja con estas mujeres para comenzar a sanar? “Parte del proceso que ella inicia, es el ejercicio de mirarse y de reconocerse y al mismo tiempo de mirar y de reconocer al otro, en sus reales dimensiones. Es decir, él (su pareja) no es Dios que todo lo sabe y lo maneja. Que ella no es tonta, inútil y que hace todo mal y nada productivo. Y también como parte de su proceso, es recuperar su capacidad de decidir y de hacerse cargo de su propia vida, de poner su felicidad en sus propias manos, darse cuenta de sí misma y recuperar la rebeldía propia de la juventud. Y que lo haga y darse cuenta de la situación de injusticia que la atrapa en la relación de violencia”, mencionó.
Para Alicia Ubilla, es a partir de este trabajo y de lo que surge, que permite evidenciar que al hablar de violencia en la relación de pareja, va más allá del ámbito psicológico y mental. “Este es un problema cultural, social, político, religioso y del conocimiento. Y el riesgo de mirarlo como enfermedad mental hace ver que la mujer no está en su plena capacidad psíquica, que no tiene todo su potencial psíquico o que no tiene la capacidad de detener las agresiones de él. Nuevamente poniendo las responsabilidades afuera. Cuando psicologizamos a una mujer que vive violencia entramos en el riesgo de realizar un diagnóstico errado. Que no contempla las realidades sociales o culturales del ser mujer en una sociedad marcadamente patrialcal”, enfatizó.
Y dentro de esa mirada es que Alicia Ubilla señaló que para trabajar esta temática es necesario el abordaje social más que el personal, en los cuales habría que trabajar para tener una relación más igualitaria por el otro y la otra. “Porque la violencia intrafamiliar, la doméstica y la de género, es una situación de injusticia que no permanece sola, sino que tiene pilares que la sostienen. Una de ellas es el patriarcado. Ideología cuyo centro es la institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y sociedad en general. Con una distribución desigual del poder y del dinero en favor de algunos hombres. Otro, el machismo, la cara visible de la ideología, que se traduce en golpes, insultos, garabatos u otras formas burdas de manifestar el poder de un hombre sobre una mujer. Otro pilar es la cultura, es decir nacimos y nos criamos en esta cultura occidental patrialcal cristiana en base fundada en patriarcado y poder de hombres sobre mujeres. Otro es la Institucional: Colegio, carabineros, universidades, consultorios, fiscalías, y donde mientras no se tenga como política de Estado con una mirada de igualdad sobre hombre y mujeres, la situación se mantiene. Otro, los mitos, es decir aquellas ideas preconcebidas o prejuicios sin base sólida y que se traspasa de generación en generación, como el “quien te quiere te aporrea”, “está curado y por eso me agredió”. También están las creencias o mandatos que recibimos, como que “el matrimonio es para siempre”. La Familia tradicional y perfecta. Y la religión, pero aquella no liberadora y opresora, y centrada en tradiciones eclesiales más que en las personas como hijos de Dios”, finalizó la invitada.