En unos días recibiremos la visita del “Vicario de Cristo”, el Papa Francisco. Llega a nuestra ciudad y a nuestro país. Es un gran regalo para la Iglesia Católica, pero también para todo hombre y mujer de buena voluntad que quiera escuchar el mensaje de paz, de entendimiento y de fraternidad que nos trae.
Poco antes de Navidad, en el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile constatábamos que entre nosotros existen diversos “Chiles”, e invitábamos a ser protagonistas de un país que fuera “hogar para todos”. Nuestra carta terminaba con este deseo: “La visita del Papa Francisco alimente esta esperanza y nos renueve en el propósito de humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile, de hacer florecer el desierto de la mano del derecho a una vida digna para toda persona. Porque somos una Iglesia que escucha, anuncia y sirve, nos ponemos a disposición del país para dar lo mejor de nosotros, que es la Alegría del Evangelio, para que el nombre de Chile siempre evoque nuestro hogar.” (Cf. Chile un hogar para todos, n.96).
El Papa Francisco viene a visitar una Iglesia a la cual constantemente pide vivir “en salida”, tomando la iniciativa de acudir a las periferias materiales y existenciales que afectan por igual a creyentes y no creyentes con una pregunta esencial: “¿Qué puedo hacer por ti?”, con humildad y con gratuidad, sin esperar nada a cambio, llevando la esperanza que no engaña, esa esperanza que sólo el Hijo de Dios puede ofrecer. “Mi paz les doy”, reza el lema de su visita Chile.
Lo sabemos bien, en Chile conviven enormes progresos junto con dolorosas carencias. Los buenos promedios económicos no son sinónimos, por sí solos, del reconocimiento a la dignidad humana de todos los compatriotas. Entre nosotros también impera la “cultura de la indiferencia y el descarte” de la que habla tanto Francisco. Una construcción social en la que niños sin hogar, familias destruidas, pensionados desesperanzados, presos sin dignidad, comunidades acorraladas por el narcotráfico y las balaceras, pueblos originarios e inmigrantes, están obligados a vivir al margen del mal llamado “progreso”. El Papa Francisco vendrá ciertamente a inquietar las conciencias y a despertar una renovada esperanza para muchos. A todos nos hará un gran bien.
Con su estilo pastoral, franco y directo, el Santo Padre viene a Chile para ser una voz que clama invitando a la sabiduría, a una convivencia justa y solidaria, a una esperanza que se funda en los valores más profundos de la conciencia humana y a la fe de quienes creemos en el mensaje del Evangelio de Jesús. En este Chile, cada vez más plural, viene a comunicarse con nosotros, con todos nosotros, como lo hizo en otros países de tradiciones culturales y religiosas diferentes. Para todos ha tenido palabras de verdad y de esperanza. Por eso los invito a escucharlo con la mente y el corazón abierto. Y, ojalá, que la escucha de su mensaje sea también una oportunidad para escucharnos y formularnos una palabra inspirada en la benevolencia y en la búsqueda honesta del bien común.
La visita del papa Francisco puede, si así lo queremos, ser una ocasión de mirar nuestras posibilidades y progresos con humildad y gratitud. También una oportunidad para sanar antiguas y nuevas heridas y proponernos nuevos y exigentes desafíos en el gran propósito de hacer de Chile un hogar para todos, un país en que nadie sobre, en que nos cohesionemos más, cuidando unos de otros, y en que rija como máxima lo que hemos pedido los obispos respecto a la dignidad de toda persona: “Mientras más débil, más respetable”.
La visita del Santo Padre, ese “pastor con olor a oveja”, nacido al otro lado de nuestra cordillera, nos confirme en la fe, la esperanza y la caridad.
¡Bienvenido Papa Francisco! A tu invitación: “No se olviden de rezar por mí”, respondemos encomendando a la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, tu viaje apostólico.
+ Ricardo Ezzati Andrello, sdb
Cardenal – Arzobispo de Santiago